Recuerdo hace más de un año atrás, cuando encontré a esa familia despidiéndose de su ser querido después de 23 años de haber dejado el mundo en manos de sus perpetradores; al acercarme a ellos después de una fuerte lluvia que ahuyentó a los demás visitantes del cementerio, menos a la familia antes mencionada y a mí, con temor y respeto les pregunté: ¿cuál era la razón de estar ese día en el cementerio? Entonces, una de las hijas del difunto después de conversar un buen rato pausadamente pero, con profundo dolor y con el brillo de sus ojos (no sé si por querer llorar o por ser reflejo de emoción y alegría), me contó; que este día despedían toda la familia, entre ellos sus nietos, hijos y esposa, después de más de 25años, a su padre; pues no pudieron estar con él cuando murió a manos del terrorismo en su localidad, ya que ellos salieron muy pequeños de su pueblo, ahuyentados por una época tan tensa y ante las amenazas constantes de que estaban matando autoridades y gente del pueblo, dijo: “son más de 20 años que el terrorismo nos quitó a nuestro padre y hasta ahora no calma nuestra pena por él, es por eso que hoy venimos a recordarlo y hacerle saber que nunca morirá en nuestros corazones y nuestro recuerdo”, sentenció ella (mujer de aproximadamente 45 años, hija de una autoridad asesinada por
miembros del PCP- Sendero Luminoso en Diciembre del 1988).
Ese día me di cuenta que nuestra sociedad aún sigue desangrándose frente al olvido e indiferencia de las víctimas que el conflicto armado interno que desató la violencia en Perú, con personas que tal vez pudimos haber sido nosotros, pero que sin embargo, también merecen nuestro respeto, solidaridad y memoria con su dolor.
En el Hatun Willakuy (2004) se menciona que de cada cuatro víctimas, tres fueron campesinos o campesinas cuya lengua materna era el quechua. Se trata, como saben los peruanos, de un sector de la población históricamente ignorado por el Estado y por la sociedad urbana, aquella que si disfruta de los beneficios de nuestra comunidad política.
Muchos peruanos fueron atrofiados en el desarrollo de su vida familiar, en su realización personal y social, truncaron sus proyectos de vida. También fueron destruidos los lazos de confianza y el tejido social de las comunidades y sus habitantes. Se trata de un país que aún hoy sigue indiferente e insta en poner un analgésico perpetuo como el olvido frente a tales sucesos, que deben de ser recordados por todos nosotros, ciudadanos libres de usar nuestra memoria y expresión como vehículo de reparación y respeto con nuestros conciudadanos que en una época de nuestro país fueron agraviados y hasta hoy todavía no son reparados.
Este texto pretende descubrir los tiempos que vivimos y aún están por vivir después de la entrega del Informe Final de la CVR, los medios que como ciudadanos libres deberíamos ejercer para no olvidar y si recordar, nuestro rol de agentes políticos de transmisión de la memoria, además de invitarnos a ejercer esa capacidad emocional llamada empatía para ponernos en el lugar del otro y entenderlo, y asumirlo con tal.
El Doctor Lerner (2004), en la entrega del Informe Final de la CVR expone cuatro tiempos por los cuales el país transita; tiempo de vergüenza nacional, tiempo de la verdad, tiempo de la justicia y el tiempo de la reconciliación. Tiempos que deben de ser interpretados en el mismo horizonte temporal, pero que por motivos metodológicos los disgregaré para poder reconocer que tiempo estamos viviendo en nuestra sociedad.
El tiempo de vergüenza nacional, entendido como aquella indiferencia y la ceguera voluntaria de quienes tuvieron autoridad y facultades para evitar tales atrocidades en nuestro país y no lo hicieron, de quienes sólo fueron simples observadores de la muerte de muchos peruanos y del cual la sociedad también se avergüenza, ese tiempo es hoy aún.
El tiempo de la verdad, que ha de ser tomado como el tiempo para no olvidar, de recuperar la memoria, de acercarnos a la verdad, donde todos los peruanos reconozcamos la verdad como el arrancamiento de la ocultación y negación del olvido, sacando a la luz lo que estaba velado y la recuperación de la memoria.
El tiempo de la justicia, el cual debiera ser un tiempo de reconocer y reparar en lo posible el sufrimiento de las víctimas, y de someter a derecho a los perpetradores de los actos de violencia. Además la verdad que es memoria solo alcanzará su plenitud en el cumplimiento de la justicia.
Y el tiempo de reconciliación nacional, el cual debería permitirnos con esperanza, la reparación de la identidad lesionada, para darnos una oportunidad nueva de refundar el acuerdo social en condiciones verdaderamente democráticas.
Pienso que como sociedad a diez años de la CVR no nos encontramos aún con el tiempo de justicia ni de reconciliación. Sobre el tiempo de justicia aún existen casos por investigar y autores de crímenes por sancionar. En cuanto al tiempo de la reconciliación, la CVR planteó el Plan Integral de Reparaciones, como reparaciones individuales, simbólicas y colectivas a las comunidades, de las cuales sólo algunas fueron escuchadas: ¡sólo escuchadas! Pero no ejecutadas en su totalidad.
Las víctimas y afectados tienen derecho a tener un proyecto de vida, a realizarlo, y a tener la libertad de elaborarlo de la manera que ellos quieran. Así como hay derechos a la verdad y la justicia, también hay el derecho a contar con un proyecto de vida.
Gamio (2009) nos menciona que se trata de un trabajo colectivo de largo aliento y demandemos justicia para quienes no pudieron hacerlo en su momento, que implicaría un trabajo paciente, persevente, y la esperanza de varias generaciones de ciudadanos. Por ello la importancia de mantener el tema vigente en la memoria de los más jóvenes, para que esto no vuelva a suceder. Tal vez esta demora podría explicarse por una realidad reflejada décadas atrás y que ahora perdura aún, en la cual como refiere Flores Galindo (1999) la ruptura entre el estado y sociedad es una realidad, así como la expresión política de un país donde las solidaridades son escasas, no existe una imagen común, ni se comparten proyectos colectivos. Ser peruano es una abstracción que se diluye en cualquier calle, entre rostros contrapuestos y personas que caminan “abriéndose paso”. El margen para el consenso resulta estrecho. En cuanto a los medios que como ciudadanos libres deberíamos ejercer, para no olvidar y sí recordar, es asumir un rol de agentes políticos de transmisión de la memoria. Todorov nos plantea la memoria ejemplar como potencialmente liberadora. El uso ejemplar, permite utilizar el pasado con vistas al presente, aprender las lecciones de las injusticias sufridas para luchar contra las que se producen hoy en día. La memoria ejemplar generaliza, pero de manera limitada, no hace desaparecer la identidad de los hechos, solamente los relaciona entre sí, estableciendo comparaciones que permiten hacer semejanzas y diferencias. Lo que podría llevarnos a distinguir entre lo bueno y lo malo; para que de esta manera, podamos discernir y llegar a entender lo extremo de lo cotidiano,
lo bueno de lo malo frente a lo sufrido por los demás.
En nosotros está lo singular de poder utilizar lo ejemplar para conocer la verdad sobre el pasado, hacer la comparación con dicho pasado, tener memoria sobre ello, crearnos una identidad individual y de esta forma crear una memoria colectiva que pueda identificarnos con los que nunca serán olvidados y siempre serán recordados, por nuestra memoria, la ejemplar que plantea Tododov. De los que, ahí se encuentran: en el centro de nuestro recuerdo como lo dijo Lerner. Recordar los hechos es muy doloroso, remueve una herida profunda que no está cerrada. Pero es importante hacerlo, hay que recordar para hacer entender que esto no debe repetirse.
Flores Galindo (1999), nos cuenta que Jorge Basadre se preguntaba repetidas veces qué podría existir de común entre un campesino del sur, un labriego de Piura y un habitante de Lima, qué los unía, cómo explicar que pudieran asumir el nombre colectivo de peruanos. Pensó que más allá de la geografía, las diferencias culturales, los enfrentamientos étnicos, la desigualdad de ingresos, lo que tenían en común era una misma situación jurídica: al encontrarse bajo la tutela o el dominio de un mismo estado.
Esta brecha, que aún queda abierta hoy en nuestra sociedad, esa brecha que quisiéramos cerrar muchos, todavía está abierta, pues aún encontramos diferencias y desigualdades donde no debería haberlos, pues somos peruanos, somos humanos, somos iguales y también estamos afectados por las secuelas, a pesar de que duela también somos amnésicos y faltos de memoria; y como no recordar ahora ese dicho tradicional de: “si estaría en tu lugar yo haría esto”, pues hagámoslo, recordemos y empecemos a entender que por muy diferentes que seamos y por muchas lenguas y razas que tengamos, entendámonos y hagamos parte de nosotros esa realidad que vivió el país y que algunos quieren olvidar.
Gamio (2009), sobre el tiempo de reconciliación, manifiesta algo con lo que estoy de acuerdo y que se refleja en la realidad que hoy aún vivimos en nuestro medio; pues resulta evidente que el rechazo a la diversidad y al diálogo de horizontes comunitarios no es extraño en el país. Ya que esta actitud cerrada ante las diferencias, reproduce situaciones de violencia estructural o manifiesta, que conspira contra las demandas de justicia y atenta contra cualquier propuesta lucida de reconciliación.
Y tomemos por reconciliación lo que la CVR entiende como un proceso de restablecimiento y refundación de los vínculos fundamentales entre los peruanos. La reconciliación se da por tres dimensiones: Primero, dimensión política, relativa a una reconciliación entre el Estado, la sociedad y los partidos políticos. Segundo, dimensión social, referida a las instituciones y a los espacios públicos de la sociedad civil con la sociedad entera, de modo especial con los grupos étnicos marginados. Y tercero, la dimensión interpersonal, correspondiente a los miembros de comunidades o instituciones que se vieron enfrentados. Se trata así, de una reconstrucción del pacto social y político. La reconciliación en el Perú debe poseer ciertas aspectos, como ser multiétnica, pluricultural, multilingüe y multiconfesional, de manera que responda a una justa valoración de la diversidad étnica, lingüística, cultural y religiosa del Perú. Debe conducir a una integración de la población rural por parte del Estado. Por ejemplo el establecimiento de servicios básicos como salud, educación, medios de transporte, entre otros, con las cuales sí se cuentan en las ciudades urbanas. Finalmente, debe dirigirse a la construcción de una ciudadanía, a la difusión de una cultura democrática y a una educación en valores.
Gamio (2009) plantea que para el ejercicio de una ciudadanía efectiva podemos asumir dos roles; primero el rol de espectadores, situarnos en una posición externa respecto de aquello que sucede en la escena política; y dejar las decisiones a nuestros representantes, e incluso después quejarnos de los políticos que elegimos para ejercer el poder por nosotros. Segundo, podríamos optar por el rol de agente político, de ser sujeto práctico, involucrado activamente con sus conciudadanos en los problemas de la vida pública y ser corresponsable de sus eventuales consecuencias sociales. Como ciudadano libre, elegiría la
segunda opción, de esta forma asumiría “ponerme en el lugar de otro ciudadano y saber que siente en su lugar”, para de esta forma demandar el respeto de sus derechos y mis derechos como parte de una comunidad democrática.
Nos toca asumir nuestro rol de agente político; a mí, a ti, a nosotros y a todos, comprometerse ahora, trabajar para que, más temprano que tarde, nuestro país sea aquel recinto en el cual todos miremos comprensivamente la complejidad de nuestro pasado. ¿Cómo queremos construir una sociedad democrática, de respeto de los derechos humanos, el ejercicio de una plena ciudadanía, si aún no podemos transitar del tiempo de la vergüenza y la verdad, al tiempo de la justicia y la reconciliación?
Si queremos transitar y poder acceder a un tiempo de justicia y reconciliación necesitamos involucrarnos todos, comprometernos como ciudadanos y como sociedad, teniendo como instrumento principal la memoria ejemplar para la transmisión de la misma frente a las nuevas generaciones, pues si queremos construir una sociedad democrática y de derecho empecemos asumiendo un compromiso desde nosotros mismos y no veamos estos hechos como el problema de los otros, sino que nos compromete a todos.
Uno de los retos para nosotros ciudadanos parte de una sociedad es nuestra capacidad de ponernos en el lugar de las víctimas. La “empatía” que estaría enmarcada dentro de la capacidad de las emociones, como lo señala Nussbaum (2000), es aquella capacidad de relacionarse con las cosas y personas distintas de nosotros mismos. Como la capacidad de amar, apenarse, experimentar anhelos, gratitud e ira justificada.
No quisiera acabar este texto, sin antes concluir, que a diez años de la entrega del Informe Final de la CVR, todavía vivimos un tiempo de vergüenza, que a pesar de que un sector del país se oponga a una verdad tan dura como la que vivió y vive el Perú, estamos en un tiempo de la verdad, sin embargo, tampoco pondré paño frio al decir que vivimos un tiempo de justicia y reconciliación, porque no es así, pues deja mucho que desear que aún no se haya ejecutado el Plan Integral de Reparaciones a lo largo de nuestro país y que muchos casos aún no hayan sido judicializados, casos de violación de derechos humanos, y que peor aún que en pleno 2013, sigan existiendo más de un centenar de fosas comunes y familias huérfanas, sin ser reparadas colectiva ni individualmente; sumadas a esto, el olvido del Estado y de nosotros como parte de éste.
Quiero instar a jóvenes y adultos, mujeres y varones, a ustedes, que no seamos simples espectadores de los que está pasando, con ciudadanos tan iguales y diferentes a nosotros, tan distintos pero con los mismos derechos; el esfuerzo por un tiempo de justicia y reconciliación, parte de que asumamos nuestro rol de agentes políticos en el cual nos sumemos activamente a la vida pública. Además apelo a nuestra capacidad de empatía, que será aquella que nos permita ponernos en lugar del otro e igualmente convoco a la conciencia y memoria de cada uno de nosotros, en que no dejemos de lado a los que en algún momento fueron víctimas de estos años de violencia vivida en el país.
Como no recordar esta frase que aún me zumba en el odio “Aquel que salva una vida, salva el mundo entero” (en película “La Lista de Schindler”.). Y volver a plantearme y plantearles la siguiente pregunta: ¿Seguiremos siendo indiferentes a un problema que no es de los otros, sino también de nosotros?
Dejo en ustedes la respuesta.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:
Flores Galindo, A. (1999). La tradición autoritaria. Violencia y Democracia en el Perú 1986. Lima: APRODEH - SUR.
Gamio, G. (2009). Tiempo de Memoria. Reflexiones sobre derechos humanos y justicia transicional. Lima: Instituto Bartolomé de las Casas; Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Perú. Comisión de la Verdad y Reconciliación (2004). Hatun willakuy. Versión abreviada del Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Lima: Comisión de la verdad y reconciliación.
Lerner, S. (2004). La rebelión de la memoria. Selección de discursos 2001- 2003. Lima: Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la Pontificia Universidad Católica del Perú: Coordinadora Nacional de Derechos Humanos.
Nussbaum, M. (2000). La ética del desarrollo desde el enfoque de las capacidades. En defensa de los valores Universales. En Giusti, M. (2000). La Filosofía en el siglo XX: Balance y perspectivas. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú.
Presidencia del Consejo de Ministros (2011). Plan Integral de Reparaciones: Programa de Reparaciones Colectivas 2007- 2011. Lima: Presidencia del Consejo de Ministros.
Lustig, B., Molen, G. (Productores) y Spielberg, S. (Productor y director) (1993). La Lista de Schindler. Estados Unidos: Universal pictures.
Todorov, Z. (2000). Los abusos de la memoria. Barcelona: Paidos.
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