Para caminar y continuar
caminando al sol por entre estas luces. Un paso tras otro, otro más y luego una
parada. Si no creyera en el delirio, pensaría que es un sueño, pero en realidad
es solo un delirio. Para descartar esta sensación seguimos caminando.
Una parada más, para dejar el
aliento en la eterna humareda de respirar; mientras caminamos un revoltijo de
humo en realidad. Cruzamos la calle de dos en dos y de tres en tres. ¿Recargamos
energías para el largo tramo, un vino? No. Mejor una chela. Solo hace falta un
par de ojos claros. El camino es largo, la pendiente se pone más difícil.
Una nueva parada, un aliento, un
par de canciones y dos miradas cruzadas; un abrazo y un beso en la frente son
las fórmulas perfectas para continuar.
Próxima parada, al fondo y a la
derecha. Solo le pido a Dios que, en el recorrido, no haya indiferencia y, si,
compañía. De pronto aparecen un par de alebrijes, los vemos de lejos e
intentamos surcar una pendiente, y tras un par de pasos, el suelo acoge con
regocijo la ternura de un cuerpo deslizarse ante él, se acongoja y lo coge
entre sus entrañas: llora y lamenta la desdicha del momento, mientras que el
suelo lo disfruta.
Nos toca continuar, la aventura
aún tiene un tramo: un alternativo e improvisado corcel se presta para poder
trasladar a esa alma ligera de quien en pie cayó ante los terruños extraños. Cincuenta
y seis pasos fueron necesarios para llegar a una sábana verde y caer de bruces
para luego contemplar algunas estrellas que, al parecer, no existían más que en
la imaginación de uno de ellos y en la retina del otro. Cambió el modo de
pensar, un amasijo de tendones y carne con dolor, ¡Qué cosa fuera! ¡Qué cosa!
Cambio y fuera, se tenía que
continuar.
Próximo paradero, cincuenta y
seis o, tal vez, sesenta pasos, y a la derecha. Vienen oleadas de carros y el
canto sinfónico de los alebrijes; por la presencia extraña o, tal vez, es una
bienvenida a las puertas de la meta final.
Cuarenta y cinco pasos, y otra
parada, un bochito, una casita abandonada, dos ranuras en la carretera. ¡Hemos
llegado! Un silencio, un beso de despedida y la noche terminó.
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