lunes, 11 de febrero de 2019

Crónica nocturna: cartón y piedra


Para caminar y continuar caminando al sol por entre estas luces. Un paso tras otro, otro más y luego una parada. Si no creyera en el delirio, pensaría que es un sueño, pero en realidad es solo un delirio. Para descartar esta sensación seguimos caminando.
Una parada más, para dejar el aliento en la eterna humareda de respirar; mientras caminamos un revoltijo de humo en realidad. Cruzamos la calle de dos en dos y de tres en tres. ¿Recargamos energías para el largo tramo, un vino? No. Mejor una chela. Solo hace falta un par de ojos claros. El camino es largo, la pendiente se pone más difícil.
Una nueva parada, un aliento, un par de canciones y dos miradas cruzadas; un abrazo y un beso en la frente son las fórmulas perfectas para continuar.
Próxima parada, al fondo y a la derecha. Solo le pido a Dios que, en el recorrido, no haya indiferencia y, si, compañía. De pronto aparecen un par de alebrijes, los vemos de lejos e intentamos surcar una pendiente, y tras un par de pasos, el suelo acoge con regocijo la ternura de un cuerpo deslizarse ante él, se acongoja y lo coge entre sus entrañas: llora y lamenta la desdicha del momento, mientras que el suelo lo disfruta.
Nos toca continuar, la aventura aún tiene un tramo: un alternativo e improvisado corcel se presta para poder trasladar a esa alma ligera de quien en pie cayó ante los terruños extraños. Cincuenta y seis pasos fueron necesarios para llegar a una sábana verde y caer de bruces para luego contemplar algunas estrellas que, al parecer, no existían más que en la imaginación de uno de ellos y en la retina del otro. Cambió el modo de pensar, un amasijo de tendones y carne con dolor, ¡Qué cosa fuera! ¡Qué cosa!
Cambio y fuera, se tenía que continuar.
Próximo paradero, cincuenta y seis o, tal vez, sesenta pasos, y a la derecha. Vienen oleadas de carros y el canto sinfónico de los alebrijes; por la presencia extraña o, tal vez, es una bienvenida a las puertas de la meta final.
Cuarenta y cinco pasos, y otra parada, un bochito, una casita abandonada, dos ranuras en la carretera. ¡Hemos llegado! Un silencio, un beso de despedida y la noche terminó.

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