Al
tratar sobre el pasado y presente de la vida cultural del Perú, podemos
encontrar muchas aproximaciones y discrepancias. Como país, representamos lo
que fuimos en el pasado, y también somos una serie de negaciones de la
identidad cultural que tenemos en el presente y de cara al futuro. Pongamos por
caso, lo que presentó Cecilia Mendez, cuando sustenta la identidad del cusqueño
-del peruano-, nos da un ejemplo de estas contradicciones. Indica que el peruano
cusqueño se siente orgulloso de su pasado inca y se enorgullece de la herencia
arquitectónica como Machu Picchu y Saqsayhuaman o las expresiones culturales
como el Inti Raymi. Sin embargo, en la vida cotidiana cuando una persona citadina (quien vive en las urbes de la
ciudad) tiene a su costado -en la
combi, la calle, el banco o algún espacio público o privado- a su paisano
(persona que representa a un pueblo originario o indígena) de origen rural o
campesino, termina despreciándolo. Es así, que lo deja de lado o simplemente lo
cholea (término peyorativo de
menosprecio hacia otro). Entonces, la tarea no solo sería pensar en el pasado y
presente, sino también en el futuro que nos espera como nación, en preguntarnos
si queremos un país inclusivo y pluricultural o un país exclusivo e intolerante
a las diferencias.
Podríamos mencionar a Clemente Palma
y su tesis de El porvenir de las razas en
el Perú, cuando señalaba que para mejorar como raza se debía inocular
sangre europea/germana en la población, pues de por sí, la raza peruana era una
raza inferior y triste. Este planteamiento me lleva a pensar que todavía existe
en el imaginario social un sentido de valorar lo que viene de fuera- al blanco,
al gringo, al europeo- y subestima al que está dentro- al paisano, al cholo, al
indio, al provinciano, al negro, al mestizo, el indígena-. Los denominados cholos (a mi criterio también podrían
ser denominados los criollos) ahora se han convertido en una población
emergente, ahora son dueños de negocios, empresarios, profesionales, ocupan
cargos públicos y privados; pero también son los sucios, los delincuentes, los que ocasionan desorden y son posibles
terroristas ¿Serán este tipo de contradicciones que no nos permite aceptar
el pasado y convivir en el presente como una nación? ¿Será que estos discursos
no nos permiten pensar en un futuro compartido como país?
Por otro lado, la vigencia de las
políticas internacionales como el Convenio 169 de la Organización Mundial del
Trabajo (OIT) sobre los derechos de los pueblos indígenas, como también
políticas nacionales como el derecho a la consulta previa o la ley de lenguas
indígenas, incluso la misma creación del Ministerio de Cultura son hitos
importantes sobre políticas interculturales. Sin embargo, existe un reto aún
más grande; que la población -los miembros de diversas culturas y grupos
sociales- puedan convivir adecuadamente sin distinción de razas, culturas y
condición social. No basta con tener la mejor ley de políticas interculturales,
sino se trabaja con el imaginario social y nacional de ser un país diverso y
pluricultural; trasmitiéndose en hechos como la libre determinación sobre
recursos y territorios, el respeto de la cultura, la política y formas de vida
de las sociedades que conforman el país. En ese sentido, el camino sería
encontrar un diálogo intercultural. No obstante, habría que pensar en lo que
José María Arguedas señalaba, que el Perú era un país de todas las sangres. Es
decir, sustentaba que en esta diversidad de identidades y formas de vida, también
se evidenciaban las inequidades hacia las amplias mayorías y privilegios de
ciertas minorías. Arguedas visibiliza, el ejercicio y hegemonía del poder de las minorías
urbano-occidentales frente a las mayorías rurales y urbano-marginales.
Montoya (2000) sustenta que entender
al Perú como un país integral y de manera conjunta- en territorio, leguas,
cultura, comunidades- es una tarea pendiente de la sociedad y la comunidad
académica. Así también, eso no exonera que existan tensiones y enfrentamientos
entre estas minorías desfavorecidas y las minorías que buscan conservar un
espacio de confort o ciertos privilegios económicos y políticos. Entonces,
valdría la pena plantear un ejemplo; qué difícil será ser ciudadano en un país
como Perú con las siguientes características e identidad cultural y
limitaciones de género como esta; es decir, ser mujer indígena, campesina,
rural, con lengua quechua y analfabeta. En consecuencia, tocaría saber si
realmente estamos preparados para poder brindar el acceso a derechos a los integrantes de un país con condiciones como
las de esta mujer. Pareciera que, todavía existen ciudadanos de primera, segunda,
y tercera categoría, en una sociedad con grandes brechas de desigualdad y
exclusión. Sin embargo, también, existen espacios de encuentro, de cooperación
y solidaridad, donde las comunidades y asociaciones se han ido organizando y ejerciendo
su ciudadanía desde la participación activa y buscando vincularse con el otro,
incluso a veces sin diferenciarse, sino integrando su origen cultural o social.
En nuestra nación donde todavía se
hablan más de 40 lenguas, y la existencia de diversas culturas y pueblos
indígenas, queda pendiente repensar qué es realmente la ciudadanía. Además, del
respeto de otras culturas extranjeras y las poblaciones migrantes. En ese
sentido, en un país donde aún restringen el ingreso a ciertos espacios (como
discotecas o restaurantes) a las personas que no cumplen con un genotipo
específico o no pertenecen a una determina clase social, termina vulnerando los
derechos de estas minorías y ejerciendo discriminación contra sus propios
ciudadanos. Según Montoya (2000), el acceso a los distintos espacios se limita
a los colores de rostros o en su defecto a los ingresos económicos de cada
persona; es así, que las relaciones étnicas y culturales marcan una brecha
importante entre los diferentes grupos sociales. Cabe mencionar, que en acuerdo
con Montoya, el conflicto cultural termina siendo estructural.
En relación a lo anterior, Rodríguez
(2008) explica una realidad en particular: la trama histórica de la cultura
afroperuana por ser visible y ser reconocida social y políticamente. Asimismo,
se puede verificar que los integrantes de esta sociedad vivieron en condición
de esclavitud, lo cual los llevó a vivir situaciones de sometimiento y
vulneración de sus derechos. La sociedad afroperuana se ha visto precedida por
distinciones como: los cimarrones, los palenques, los mulatos, los zambos,
entre otros; y cada uno de estos han tenido protagonismo en diferentes espacios
y tiempo entre la conquista y colonización, la República y el actual Estado del
país. Estas manifestaciones, han llevado poco a poco a construir una ciudadanía
desde la propia sociedad afroperuana; tales como las sublevaciones, las
diferentes maneras de rebelión o la adquisición de libertad. Es un avance, que de
alguna forma se estime la demografía y densidad poblacional de los afroperuanos,
pues esto permitiría, primero, que sean visibles, y segundo, que puedan
demandar y plantear políticas públicas inclusivas.
En ese sentido, como diría Mattos
Mar, el desborde popular ya no solo
es de la sierra a la costa –la capital-; este crecimiento demográfico y la
conquista de espacios públicos no solo se da por los denominados cholos, sino
también por los negros. Por ejemplo, más allá que los negros sean cuidantes de
un edificio (trabajo secundario o menos reconocido), ahora ejercen ciertos
cargos públicos o puestos estratégicos en la sociedad; podría señalarse que ya
no son vistos como seres inferiores (Rodríguez, 2008).
Bibliografía
Montoya, R. (2000). Todas las culturas del Perú. Lima, volumen
4, número 6, pp. 7-24.
Rodríguez, H. (2008). Negritud. Afroperuano: resistencia y
existencia. Lima: Centro de Desarrollo Étnico, pp. 15-40.
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