miércoles, 19 de julio de 2017

Los denominados cholos

Al tratar sobre el pasado y presente de la vida cultural del Perú, podemos encontrar muchas aproximaciones y discrepancias. Como país, representamos lo que fuimos en el pasado, y también somos una serie de negaciones de la identidad cultural que tenemos en el presente y de cara al futuro. Pongamos por caso, lo que presentó Cecilia Mendez, cuando sustenta la identidad del cusqueño -del peruano-, nos da un ejemplo de estas contradicciones. Indica que el peruano cusqueño se siente orgulloso de su pasado inca y se enorgullece de la herencia arquitectónica como Machu Picchu y Saqsayhuaman o las expresiones culturales como el Inti Raymi. Sin embargo, en la vida cotidiana cuando una persona citadina (quien vive en las urbes de la ciudad) tiene a su costado -en la combi, la calle, el banco o algún espacio público o privado- a su paisano (persona que representa a un pueblo originario o indígena) de origen rural o campesino, termina despreciándolo. Es así, que lo deja de lado o simplemente lo cholea (término peyorativo de menosprecio hacia otro). Entonces, la tarea no solo sería pensar en el pasado y presente, sino también en el futuro que nos espera como nación, en preguntarnos si queremos un país inclusivo y pluricultural o un país exclusivo e intolerante a las diferencias.
            Podríamos mencionar a Clemente Palma y su tesis de El porvenir de las razas en el Perú, cuando señalaba que para mejorar como raza se debía inocular sangre europea/germana en la población, pues de por sí, la raza peruana era una raza inferior y triste. Este planteamiento me lleva a pensar que todavía existe en el imaginario social un sentido de valorar lo que viene de fuera- al blanco, al gringo, al europeo- y subestima al que está dentro- al paisano, al cholo, al indio, al provinciano, al negro, al mestizo, el indígena-. Los denominados cholos (a mi criterio también podrían ser denominados los criollos) ahora se han convertido en una población emergente, ahora son dueños de negocios, empresarios, profesionales, ocupan cargos públicos y privados; pero también son los sucios, los delincuentes, los que ocasionan desorden y son posibles terroristas ¿Serán este tipo de contradicciones que no nos permite aceptar el pasado y convivir en el presente como una nación? ¿Será que estos discursos no nos permiten pensar en un futuro compartido como país?
            Por otro lado, la vigencia de las políticas internacionales como el Convenio 169 de la Organización Mundial del Trabajo (OIT) sobre los derechos de los pueblos indígenas, como también políticas nacionales como el derecho a la consulta previa o la ley de lenguas indígenas, incluso la misma creación del Ministerio de Cultura son hitos importantes sobre políticas interculturales. Sin embargo, existe un reto aún más grande; que la población -los miembros de diversas culturas y grupos sociales- puedan convivir adecuadamente sin distinción de razas, culturas y condición social. No basta con tener la mejor ley de políticas interculturales, sino se trabaja con el imaginario social y nacional de ser un país diverso y pluricultural; trasmitiéndose en hechos como la libre determinación sobre recursos y territorios, el respeto de la cultura, la política y formas de vida de las sociedades que conforman el país. En ese sentido, el camino sería encontrar un diálogo intercultural. No obstante, habría que pensar en lo que José María Arguedas señalaba, que el Perú era un país de todas las sangres. Es decir, sustentaba que en esta diversidad de identidades y formas de vida, también se evidenciaban las inequidades hacia las amplias mayorías y privilegios de ciertas minorías. Arguedas visibiliza, el ejercicio  y hegemonía del poder de las minorías urbano-occidentales frente a las mayorías rurales y urbano-marginales.
            Montoya (2000) sustenta que entender al Perú como un país integral y de manera conjunta- en territorio, leguas, cultura, comunidades- es una tarea pendiente de la sociedad y la comunidad académica. Así también, eso no exonera que existan tensiones y enfrentamientos entre estas minorías desfavorecidas y las minorías que buscan conservar un espacio de confort o ciertos privilegios económicos y políticos. Entonces, valdría la pena plantear un ejemplo; qué difícil será ser ciudadano en un país como Perú con las siguientes características e identidad cultural y limitaciones de género como esta; es decir, ser mujer indígena, campesina, rural, con lengua quechua y analfabeta. En consecuencia, tocaría saber si realmente estamos preparados para poder brindar el acceso a derechos a los integrantes de un país con condiciones como las de esta mujer. Pareciera que, todavía existen ciudadanos de primera, segunda, y tercera categoría, en una sociedad con grandes brechas de desigualdad y exclusión. Sin embargo, también, existen espacios de encuentro, de cooperación y solidaridad, donde las comunidades y asociaciones se han ido organizando y ejerciendo su ciudadanía desde la participación activa y buscando vincularse con el otro, incluso a veces sin diferenciarse, sino integrando su origen cultural o social.
            En nuestra nación donde todavía se hablan más de 40 lenguas, y la existencia de diversas culturas y pueblos indígenas, queda pendiente repensar qué es realmente la ciudadanía. Además, del respeto de otras culturas extranjeras y las poblaciones migrantes. En ese sentido, en un país donde aún restringen el ingreso a ciertos espacios (como discotecas o restaurantes) a las personas que no cumplen con un genotipo específico o no pertenecen a una determina clase social, termina vulnerando los derechos de estas minorías y ejerciendo discriminación contra sus propios ciudadanos. Según Montoya (2000), el acceso a los distintos espacios se limita a los colores de rostros o en su defecto a los ingresos económicos de cada persona; es así, que las relaciones étnicas y culturales marcan una brecha importante entre los diferentes grupos sociales. Cabe mencionar, que en acuerdo con Montoya, el conflicto cultural termina siendo estructural.
            En relación a lo anterior, Rodríguez (2008) explica una realidad en particular: la trama histórica de la cultura afroperuana por ser visible y ser reconocida social y políticamente. Asimismo, se puede verificar que los integrantes de esta sociedad vivieron en condición de esclavitud, lo cual los llevó a vivir situaciones de sometimiento y vulneración de sus derechos. La sociedad afroperuana se ha visto precedida por distinciones como: los cimarrones, los palenques, los mulatos, los zambos, entre otros; y cada uno de estos han tenido protagonismo en diferentes espacios y tiempo entre la conquista y colonización, la República y el actual Estado del país. Estas manifestaciones, han llevado poco a poco a construir una ciudadanía desde la propia sociedad afroperuana; tales como las sublevaciones, las diferentes maneras de rebelión o la adquisición de libertad. Es un avance, que de alguna forma se estime la demografía y densidad poblacional de los afroperuanos, pues esto permitiría, primero, que sean visibles, y segundo, que puedan demandar y plantear políticas públicas inclusivas.

            En ese sentido, como diría Mattos Mar, el desborde popular ya no solo es de la sierra a la costa –la capital-; este crecimiento demográfico y la conquista de espacios públicos no solo se da por los denominados cholos, sino también por los negros. Por ejemplo, más allá que los negros sean cuidantes de un edificio (trabajo secundario o menos reconocido), ahora ejercen ciertos cargos públicos o puestos estratégicos en la sociedad; podría señalarse que ya no son vistos como seres inferiores (Rodríguez, 2008).

Bibliografía
            Montoya, R. (2000). Todas las culturas del Perú. Lima, volumen 4, número 6, pp. 7-24.
            Rodríguez, H. (2008). Negritud. Afroperuano: resistencia y existencia. Lima: Centro de Desarrollo Étnico, pp. 15-40. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario